Vivir la vida

La población de Adultos Mayores es cada vez más grande en el mundo. Hoy, en Argentina, una de cada diez personas tienen más de 65 años, y la esperanza de vida al nacer aumentó hasta alcanzar los 75 años. Ante semejante progreso, el desafío hoy es lograr que también mejore la calidad de vida.

Por Fabián García en AQUÍ VIVIMOS

Doña Pancha nació en Chumbicha, Catamarca, en 1905.

Francisca Angélica Villafañe nació en Chumbicha, un pequeño pueblo de la provincia de Catamarca, el jueves 25 de Mayo de 1905.

Toma la mano con fuerza y saluda. Tiene 105 años y camina todos los días por el parque del Hogar Municipal Padre Lamónaca. Llegó a Córdoba para trabajar en una casa de familia en un tiempo del que no se puede acordar. Es miembro de un selecto club de Súper abuelos que superan los 100 años en Argentina y que según el censo nacional de 2001 integraban 1.855 personas, de las cuales 1.508 eran mujeres y apenas 347 hombres. Las estimaciones oficiales a la espera de los resultados del censo 2010 ubican en3.000 alos centenarios.

Esta mujer no tuvo una vida que se pueda llamar “tranquila”. Sobrevivió a la serie de críticos momentos que vivieron el país y el mundo en el siglo XX. Entre ellos, dos guerras mundiales; la gran crisis financiera global de 1929 que derrumbó a la economía del planeta e impactó en Argentina; los golpes de Estado; y los infinitos remesones económicos de un país acostumbrado a las turbulencias. Tampoco fue poco el trabajo: “Trabajé en una casa de familia, ellos me trajeron de mi pueblo, eran de La Rioja. Hacía todo: limpiaba, cocinaba, planchaba, cuidaba las plantas… y la casa era grande, con galerías y todo”.

Por cierto tiene compañía. En todo el mundo son más de 340 mil y se cree que hacia 2050 serán unos 6 millones. La mayor concentración de adultos que superan esta edad se encuentra en Estados Unidos, Japón y los países desarrollados. Un ejemplo: La media actual es que 1 de cada 6.000 personas llega a los 100 años en un país de una economía avanzada, mientras que en Argentina las posibilidades son para 1 de cada 19.547 personas.

Solamente en Capital Federal la media de probabilidades es parecida a la de Europa o Estados Unidos: 1 de cada 8.140 personas puede alcanzar el centenario.

En 2001 eran 341 los abuelos y abuelas que habían traspasado esa barrera en Buenos Aires. En el resto del extenso territorio nacional todos estaban lejos de semejante cifra, incluso Santa Fe, con 136 personas por arriba de los 100 años, y en Córdoba, con 119.

UNA REVOLUCIÓN

La realidad es que la vida se hace más larga. El médico Cordobés Carlos Presman, especialista en adultos mayores, es contundente: “Nos encontramos en el seno de una revolución demográfica. La humanidad se enfrenta al desafío de un gran aumento de personas de edad. La vida máxima de la especie se ha mantenido inmutable a lo largo de los tiempos en torno a los 115 años, sin embargo es cada vez mayor el número  de quienes alcanzan edades avanzadas. Cada año hay más ancianos, y esos ancianos viven más. El envejecimiento de la población se refiere entonces al aumento creciente en la proporción de los denominados adultos mayores, es decir, de 65 años o más. Este proceso de transición demográfica se caracteriza por una situación de fecundidad y mortalidad baja. El enorme cambio de la población mundial se produjo además por una transición epidemiológica en la que los patrones de enfermedad predominantes eran las patologías infecciosas y agudas que fueron reemplazadas por las crónicas y degenerativas”.

Los adultos mayores de 65 años son alrededor del 10% del total de habitantes del país, según el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos). Se trata de un número creciente desde que comenzó a medirse la población con el Censo de 1895, cuando representaban el 2,5% del conjunto. Así, en 1947 eran el 3,9% ; en 1960, 5,6%; en 1970, 7%; en 1980, 8,2%; en 1991, 8,9%; y en 2001, 9,9%.

“Esta situación es consecuencia de los cambios operados en los últimos 105 años: aumento de la participación relativa de las personas de mayor edad (65 años y más) y disminución paulatina y casi ininterrumpida del porcentaje de niños y jóvenes (menores de 15 años de edad) por la reducción de la tasa de fecundidad”, explica la revista Aquí Se Cuenta del INDEC.

Victoria Mazzeo es jefa de la Dirección de Análisis Demográfico de la Ciudad de Buenos Aires. Allí se encuentra la comunidad más importante de argentinos “Más 65”: “En 2001 eran el 17,2% del total de los porteños y en las Encuestas de Hogares 2008 y 2009 ese porcentaje se sostuvo. ¿Dónde hay más? En los barrios de Recoleta, Núñez, Belgrano, Colegiales y Palermo, entre otros, con porcentajes que rondan el 20%.

¿Por qué hay más ancianos en el norte de la ciudad –más acomodado_ y menos en el sur _más empobrecido_?

En el norte hay una fecundidad más baja, más envejecimiento y esperanza de vida, y menos movimientos migratorios.

En el sur aparece más migración y, en consecuencia, una población en edades activas con mayor número.

Córdoba, de acuerdo a los resultados del Censo 2008 realizado por la Dirección de Estadística y Censos de esa provincia, tenía un 11,05%  de abuelos “Más65”, mientras que 83.383 personas, un 2,57% , superaba los 80 años. En Capital Federal el porcentaje “Más 80 años”, sube hasta casi el doble de los cordobeses con un 4,5% de su población (3,6% en 1991). En el otro extremo se ubican Santa Cruz, con 0,8% y Misiones, 0,9%.

DAR VIDA A LOS AÑOS

“Se está procurando discernir si una mayor esperanza de vida significa una vida más saludable o una existencia en la cual se pasaría la mayor parte del tiempo en condiciones de discapacidad”, explica Carlos Presman. Y agrega: “Una cuestión fundamental es establecer si las reducciones continuas de la mortalidad especifica por la edad y por causa representan verdaderamente una mejora en la calidad de la existencia. Los problemas de salud y la discapacidad no son inherentes al envejecimiento y la mayoría de los ancianos se encuentran libres de enfermedades graves, no obstante el riesgo estadístico de enfermedad y discapacidad funcional se acelera con el envejecimiento. Por eso, no interesa sólo la cantidad de años vividos, sino su calidad, intentando mantener la mayor cantidad de tiempo una vida independiente. Uno de los grandes retos sanitarios es prolongar este tiempo, es decir, dar vida a los años”.

Investigaciones realizadas por un equipo de científicos españoles liderados por Mónica de la Fuente, del departamento de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, y la geriatra del hospital Infanta Leonor de Madrid, publicadas en un articulo del diario El País de España, para determinar por qué hay individuos que llegan a los 100 años y otros que no, apuntan que “en las defensas del cuerpo humano podrían hallarse estos auténticos semáforos de la longevidad”. Los españoles pudieron determinar, en diferentes estudios con ratones, que en los animales que vivían menos, las defensas exhibían las mismas características: eran más lentas combatiendo infecciones, y menos eficaces para eliminar los tumores. Los ratones más longevos mostraban, en cambio, un sistema inmunológico más rejuvenecido. Al realizar la comprobación en humanos detectaron que “las defensas de los centenarios se parecían a los de los jóvenes sanos de 30”, esto significa que defensas bien reguladas y eficaces aparecían como una causa probable de envejecimiento más lento.

Otro estudio firmado por los científicos Paola Sebastini y Thomas Perls, de la Escuela de Medicina Pública de la Universidad de Boston, publicado por la revista científica Science, analizó los perfiles genéticos de más de un millar de hombres y mujeres de 100 años o más, y no localizaron ningún gen especial. Sí chocaron con la presencia de lo que en genética se conoce como “marcas” o variantes, que no son otra cosa que variaciones de una sola base (una letra cambiada por otra) en la lectura de la secuencia de ADN que surgen de la comparación de los centenarios con el resto. Se trata de 150 cambios y, dentro de ellos, 19 “firmas genéticas” exclusivas al 90% de los ancianos de diez décadas.

Conclusión: hay componentes hereditarios en la longevidad, aunque no son los únicos que la explican.

LOS ANCIANOS DE OKINAWA

Okinawa es una isla que se encuentra al sur de Japón y al noreste de Taiwán, entre el Océano Pacífico y el Mar de China. Con más de 1,2 millones de habitantes, registra los mayores índices de longevidad de Japón. En el informe “El Estilo de Okinawa. Cómo la gente más longeva del mundo logra una salud duradera”, que realizaron el geriatra y cardiólogo japonés, Makoto Suzuki y los hermanos estadounidenses Bradley (médico) y Craig (antropólogo) Wilcox, sobresale que los numerosos habitantes centenarios y gran cantidad de adultos mayores no son una consecuencia exclusiva de la genética, sino también del estilo de vida.

El informe apunta que los ancianos de Okinawa se alimentan preferentemente con frutas, hortalizas, algas, hierbas, arroz, maíz y pescado, entre otros productos, y casi nada de alimentos animales. Suelen beber té y agua y una especie llamada cúrcuma en cantidad, evitando la leche y el azúcar. También son moderados en la ingesta de comida; realizan mucho ejercicio –se movilizan en bicicleta_ y actividad al aire libre; desarrollan mucha meditación y poseen fuertes lazos familiares y comunitarios. El trabajo indica que hay un elemento cultural, y es que la gente de Okinawa forma una comunidad muy unida en la que importa el Yuimaru, que en japonés significa el ‘círculo de relaciones’”. Además, los ancianos tienen el reconocimiento de su comunidad.

Una muestra de la importancia del estilo de vida en la longevidad aparece por contraposición: los nacidos en la isla vieron reducida su esperanza de vida cuando se trasladaron al extranjero. Los investigadores dicen que es en razón de la ingesta de otros alimentos y adquisición de nuevos hábitos culturales.

EL DESAFÍO

El médico Presman afirma que “en las últimas décadas hemos pasado de familias en las que convivían tres generaciones a otras en la que coexisten cuatro.  El envejecimiento demográfico de tipo moderno supone un cambio cuyos efectos van muy por delante de las respuestas politico-sanitarias que se adoptan para hacerles frente. Es responsabilidad de la sociedad toda comenzar a discutir este nuevo futuro que ya es presente en muchas comunidades; hay que hacer un esfuerzo para que se pueda vivir de viejos”, afirma.

También remarca que “paciente anciano y paciente geriátrico no son sinónimos. El primero hace alusión de modo exclusivo a la edad. En el segundo caso la edad no es el único ni el principal determinante para definirlo. La pertenencia a uno u otro concepto depende de la fragilidad, entendida como la condición que predispone al deterioro de las funciones en el anciano. Los grandes síndromes de la clínica geriátrica son trastornos cognitivos (demencias), la depresión, los mareos y caídas, la dismovilidad e inmovilidad y la incontinencia. Sólo enumerarlos nos demuestra la magnitud de los aspectos de salud mental y vida de relación en los ancianos. Sin embargo, sus enfermedades se abordan desde la limitada visión médica y los medicamentos, sin estrategias preventivas para este grupo etario altamente vulnerable”.

Finalmente llama la atención sobre “los patrones culturales vigentes, que establecen una clara discriminación hacia los ancianos, lo que tendría su explicación en dos aspectos dominantes en la sociedad actual: la cultura de la imagen y el consumo”.

10:30 de un día donde el calor hace transpirar hasta a los árboles. Francisca Angélica Villafañe, que despierta siempre a las siete de la mañana, espera ansiosa que sus amigas vayan saliendo de los dormitorios rumbo al comedor. Tiene ganas de conversar con ellas, como todos los días. Cuenta que le gustan la sopa y las golosinas y que espera a su hija Guillermina y a sus nietos. Relata que se acuesta después de cenar y que no es de las que duerme mucho: “me quedo tranquila en la cama hasta que me baja el sueño”, confiesa. Hace silencio unos segundos, acaba de llegar una amiga y le señala con decisión una silla cercana para que se siente. La tertulia matutina está por comenzar y esta vez hay chocolates para compartir.

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María Cecilia Fourcade Galtier

Acerca de María Cecilia Fourcade Galtier

Nací un 7 de junio de 1959, en Río Cuarto, Córdoba; en la cuna de una familia numerosa; descendiente de franceses e italianos, Católicos, con una muy buena educación, costumbres y tradiciones familiares. Mamá de Santiago y Eloy. La música es mi motor. Desde muy niña, me gustó cantar, integrando varios coros de esta ciudad, haciéndolo hasta la actualidad. A los cincuenta años, me dedico a disfrutar de la vida, aplicando la experiencia del pasado, y haciendo las cosas que me apasionan; las que hoy comparto con todos Uds.-
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